Sobre la escucha


Por: Antonio J. Gómez A.

“NO HAY PEOR SORDO QUE EL QUE NO QUIERA OIR”, dice el adagio popular y es cierto; pero como hay otro adagio que dice “querer es poder”, se puede colegir, que éste explica al primero. En la mayoría de los casos, la gente no quiere porque no puede, porque no sabe oír; más que oír, no sabe escuchar. Oír, es una actitud, escuchar es una aptitud. Oír nos obliga al silencio, a la pasividad; escuchar nos compromete activamente con el interlocutor; oír, casi siempre es poner atención; escuchar, tomar atenta nota de lo que se oye; oír, puede ser un acto mecánico; escuchar siempre será un acto humano.

Escuchar es una facultad, que como toda facultad si no se desarrolla, se atrofia o se pervierte. La escucha es un intercambio activo, dinámico y profundamente humano con el otro o con uno mismo. Para escuchar se necesitan dos, pero no necesariamente la escucha es un evento bilateral, aunque éste hecho sea mucho más activo. Cuando escucho un concierto, un recital, una disertación o algo que me enriquece, que me nutre, esto más se logra, cuando, no solo con el oído, sino con mis cinco sentidos, pongo atención al estímulo auditivo.

Oír se enseña, escuchar no se enseña, se aprende, porque es un proceso psicológico que a partir de la audición, compromete atención, motivación, interés, compenetración, casi siempre empatía, conocimiento temático y a veces hasta, como popularmente se dice, “ponerse en los zapatos del otro”. No es “dejar hablar”, sino “permitir ser escuchado”.

La escucha nos compromete integralmente porque incorpora lo físico y lo psíquico, tanto de quien habla, como de quien escucha. Aquel expresa oral, gestual y emocionalmente un contenido. Este percibe auditivamente lo oral, pero debe leer e interpretar con su mirada y su emocionalidad, el lenguaje gestual y subtextual de quien se expresa.

Saber escuchar implica , además de poner atención, tener disposición, dar confianza, dejarle el paso libre al interlocutor, permitirle entrar en nuestra interioridad, dejarle en ella un espacio libre para que se aloje, para hospedarle, darle confianza. Esto no implica, por supuesto, estar siempre de acuerdo ni aceptar lo escuchado, sino, si es necesario, dar confianza y comprensión para dar paso a la reflexión.

Quien mejor escucha, es quien mejor comprende; quien mejor comprende es quien más sabe. La sabiduría está en los libros, en la vida, en los otros. El sabio es quien mejor reflexiona, quien más provoca reflexión, quien más ha aprendido a escuchar.


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