Lo supuesto y lo real en el títere


Por: Luis Fernando Velásquez

El títere es lo que es y algo más: Un objeto reconocible, transfigurado al mismo tiempo. –Peter Molnár Gal (Húngaro)

El títere es una metáfora dispuesta a lecturas diversas. El objeto animado adquiere magnitudes insospechadas al permitir que el imaginario de cada espectador construya personajes y en algunos casos la historia misma.

El títere es una entidad que otorga valores similares a la fantasía y a la realidad confiriendo en esto la posibilidad de que ocurra lo posible y lo imposible; quizás en ello radique su valoración mítica y la capacidad expresiva que tanto le otorgamos. El títere intrínseca­mente es poseedor de lo real y lo supuesto, es una suma compleja de «verdades y mentiras», en totalidad un arte fantástico.

Los títeres «llaman los espíritus» tocan al interior y se exigen evocar mundos que en el peor de los casos, creíamos olvidados. Los títeres tienen un mundo propio el cual, todos sin excepción, comenzamos a habitar cada vez que nos permitimos la aventura de participar.

Los diferentes niveles de participación que explora el espectáculo titiritero aluden en gran medida al juego, entendiendo éste como el espacio donde se fijan reglas pero no se conocen resultados; uno podría suponer que dicho resultado está implícito en la puesta en escena o desde la dramaturgia misma, pero lo que hacemos es evi­denciar alternativas desde la óptica cultural que nos reviste; el ejer­cicio no termina hasta no ser re-creado por el imaginario de nuestro receptor y allí, precisamente, es donde no conocemos el resultado. Quizás, esta sea una de las razones por las cuales se nos hace tan maravillosa la profesión. Jugar es una de las cosas más serias que existe.

Los títeres viven sólo en función del espectador y dependen, en la mayoría de los casos, de esa asombrosa capacidad para dotar de significado lo real y convertirlo en maravilloso; LA IMAGINA­CION.

Su esencia es olvidar la realidad para consumir, desde el imaginario, lo verdaderamente real.

En la representación, el niño encuentra un espacio sin guiar, único, al que le adjudica una verosimilitud que, aunque transitoria, logra transformarle. El niño se compromete.

De igual manera, en el maravilloso universo mítico de nuestros ancestros se estableció una relación ritual con sus dioses, en gran parte, a través de objetos animados que al momento de cobrar ánima “vida», posibilitaron la mediación entre lo humano y lo divino.

Los milenarios ritos animistas fundamentalmente exponen la inmensa capacidad que poseemos los seres humanos de transfigurar la materia inerte, otorgando una muy amplia gama de signi­ficación, como en este caso, el de deidad.

Estos objetos animados que cobran vida, ya no como símbolos de Dios sino de nosotros mismos, tienen un gran poder de sugerencia, son un detonador de sensaciones que invita a la partici­pación, podría decirse que esta magia solo existe durante la exposición del evento ante el espectador, pero no es así; los títeres tienen la hermosa virtud de permanecer, es una fuente inagotable desde donde se trasciende lo sencillamente banal hasta el hechizante sentir de lo sagrado.

La inherente relación que mantiene este oficio con el juego propicia en forma agradable, creativa y formativa una vía directa con la edu­cación, convirtiéndose en uno de los medios más propicios para redescubrir el placer del contacto con el conocimiento, el goce de aprender jugando. Con los títeres se pueden lograr dichos fines, sólo que no podemos hacer de los títeres un mero conducto, «Los títeres no son en ningún caso ilustración en movimiento ni una grotesca caricatura humanoide, son el ejemplo inequívoco de la exquisitez humana». Ahí está la posibilidad y la responsabilidad. Lo verdade­ramente preocupante es que en los últimos tiempos la educación formal en su triste proceso de restricciones y empobrecimiento, quiere convertir a los títeres en traductores de metodologías cadu­cas, olvidando que el arte es una revelación y no un mecanismo repetitivo. Hay que tomar en consideración la dimensión que el trabajo artístico dirigido a los niños, encarna desde el punto de vista ético y dialéctico, ello nos obliga a preparamos para reelaborar o afirmar los enfoques de nuestra visión pedagógica, estética y desde allí, poder orientar de la mejor forma los procesos escolares.


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