La risa


Por: Antonio J. Gómez A.

A pesar de lo abstraído que estaba esperando el autobús, el hombre escucha la sonora carcajada. Voltea a mirar hacia la esquina de enfrente, a la droguería. Allí sentada sobre un inmenso bulto de ropa una mujer mira a todas partes y ríe a mandíbula batiente, sus ojos se humedecen y su sonrisa se apaga lentamente. El hombre continúa divisando a lo lejos la cercanía del autobús que cubre su ruta. Cuando la monotonía de la espera empieza a incomodar, la misma carcajada le hace desviar de nuevo la mirada a la esquina de la droguería. Allí, con mayor ímpetu, la mujer festeja su alegría. El hombre se intriga. La mujer ríe con vehemencia. La curiosidad aumenta en el hombre y con la disculpa de ojear unas revistas que se exhiben en la vitrina, se acerca a la risienta mujer. Esta lo mira, mira a todos los transeúntes y no cesa de reír. El hombre la mira, mira las revistas, y vuelve y mira a la mujer que ríe con empuje. Atraído por la extraña mueca de su rostro se inclina a observar con atención una de las revistas más bajas. La mujer en el clímax de su risa lo mira. El hombre fugazmente la mira encontrándose con sus carmelitos ojos. Se sobrecoge al sentir esa extraña mirada y sin vacilar escruta sus pupilas notando a través de ellas una multitud de gente que se agolpa. Instintivamente voltea a mirar hacia atrás y ve solo al autobús que se aleja y un niño que va caminando a la escuela. Observa de nuevo los ojos de la mujer que continúa hilarante y advierte que aquella multitud ya se ha distribuido y sentado. Se frota los ojos y se acerca más a una de las pupilas de la mujer notando que la gente está acomodada bajo una carpa grande multicolor justo alrededor de una pista inmensa en la cual al compás de la fanfarria se disponen animales, payasos, equilibristas, trapecistas, músicos y artistas que harán el espectáculo. Fascinado, coloca una mano en el umbral de aquella ventana y en una rápida mirada adentro se percata de que el camino está expedito para penetrar. Salta y cae justo detrás del tipo que recibe las entradas. La fanfarria cesa y el maestro de ceremonias anuncia el primer número. El hombre corre y se acomoda en el extremo de una tabla junto a un niño que saborea un helado. A un costado de la pista se enciende una luz y aparece la escenografía que está compuesta sólo por un balcón que ha sido adornado con cortinas y flores para el caso. Frente al balcón se enciende otra luz y se aprecia a unos saltimbanquis con tambores y trompetas entonando una especie de marcha. Tras ellos, otros comediantes uniformemente vestidos y dispuestos en rigurosa formación agitan frenéticamente pañuelos multicolores de azul y rojo bajo la mirada de unas señoronas emperifolladas también para el caso. Cesa la banda de saltimbanquis y los pañuelos multicolores de azul y rojo se agitan con mayor vehemencia a una orden perentoria de las señoronas. La puerta trasera del balcón se abre y por ella aparece en primer lugar un señor de impecable traje verde cuyo amplio pecho ostenta una inmensa cantidad de cintas tricolor de las cuales penden tapaderas de olla, latas de cerveza machacadas y otra chatarra de diferente tipo y metal. Su pecho se inflama haciendo tintinear la chatarra. Su cabeza también se inflama y el pequeño kepis que en la corona tambalea. Con paso de autómata avanza en diagonal y se ubica a la derecha del balcón. Tras él y con dificultad pues el volumen de su cuerpo es mayor que el hueco de la puerta aparece un extraño personaje vistiendo un traje gris oscuro a rayas que apenas si alcanza a cubrir la mole de carne que constituye su cuerpo. Su cabeza pequeña en cambio está ocupada en su mayor parte por unos ojos negros grandes brillantes y hundidos. Su pequeña boca se contornea dibujando una mueca al tiempo que su mano derecha se levanta a guisa de saludo dejando ver unas largas ampollas de carne que parecen los dedos. Los pañuelos multicolores de azul y rojo que automáticamente ante esta aparición se han echado al vuelo con frenesí, cesan su agitar cuando el brazo derecho de este raro espécimen ha caído. Se queda quieto al centro del balcón con la mueca dibujada en su rostro. Inmediatamente y a su derecha se ubica un personaje menudito de pelo brillante recién alisado de traje azul que parece grande al cuerpo.

Su boca extrañamente ha comenzado a hincharse provocando el enrojecimiento de su cara y que los ojos se broten a punto de salirse de las cuencas, hasta que no aguantando más la presión ésta se abre permitiendo que la lengua salga disparada para quedar colgando sobre la mandíbula. A la izquierda del voluminoso personaje central se coloca otro de igual tamaño y grosor vestido de impecables camisón blanco. De su cuello pende atada a una gruesa cadena la dorada y gigantesca cruz con la cual hace gestos a las comparsas ubicadas frente al balcón.

Solo se mantiene encendida la luz de la pista. La entrada ya se ha cerrado y al hombre sentado en el extremo de la tabla se le hace la boca agua viendo como el niño se consume el helado. Le hace un guiño y voltea a mirar al balcón en donde los payasos se disponen a dar comienzo a la primera entrada. Allí, la lengua del personaje menudito, cubierta además de ampollas de saliva, continuó creciendo hasta llegar a la cintura ocultando por entero la corbata. Abajo, a una orden, las comparsas cantan una especie de himno marcial al tiempo que se iza una tela tricolor. Terminado el canto y la bulla de tambores y trompetas de los saltimbanquis y juglares ante un gesto del voluminoso personaje central, el hombre menudito, cuya lengua ya se ha estirado hasta el suelo, comienza a moverla hacia los lados hasta detenerse definitivamente en los zapatos del voluminoso personaje central cubriéndolos de una materia blanca espumosa. Sigue luego hacia arriba del pantalón gris oscuro a rayas por delante y por detrás hasta llegar a la entrepierna, provocando erección en el voluminoso personaje central. El hombre menudito continúa pasando hojas de una mano a otra mientras su lengua cubre totalmente al voluminoso personaje central. Abajo, las comparsas aplauden y agitan pañuelos multicolores de azul y rojo. El micrófono es colocado frente a la boca del voluminoso personaje central.

Con las manos entre las piernas el hombre sentado en el extremo de la tabla comienza a reír maravillado por el asombroso espectáculo de magia. El niño ya ha terminado su helado y seca las manos en el pantalón. Sin pestañear continúa observando como las comparsas cesan sus aplausos y el agitar de pañuelos multicolores de azul y rojo. El voluminoso personaje central con el ceño fruncido comienza a proferir sórdidos gruñidos matizados con ronquidos suaves. El hombre menudito que ha logrado guardar de nuevo la lengua en su boca oye sumiso y aplaude a rabiar en las pausas del voluminoso personaje central.

La comicidad desplegada por los comediantes ha llevado a la hilaridad al hombre sentado en el extremo de la tabla. De pronto el acompañamiento musical se detiene, las comparsas miran extrañadas al balcón donde comienza a reinar la confusión pues el voluminosos personaje central lanza aullidos que parecen un cambio de tono en el discurso, se lleva las manos al cuello y sus grandes ojos brillantes y hundidos se brotan como queriendo salirse de las cuencas. Sus dedos se van hundiendo en las grasientas carnes del cuello y la inmensa mole comienza a desplomare amenazando la estabilidad del balcón al tiempo que el señor de verde y chatarra se hace cargo de la situación.

Bajo la gran carpa, las gentes indagan con sus ojos la razón del extraño suceso, solo el hombre sentado al extremo de la tabla continúa muerto de la risa. La gente silenciosa comienza a fijarse en él, que sigue gozoso su festejo. Al fin, con el estómago adolorido por el esfuerzo risible, se percata que toda la gente ha abandonado sus puestos y avanza amenazante hacia él. Instintivamente salta al suelo y retrocede sin dejar de reír y sin voltear la espalda, alarga el brazo hacia atrás y tantea con su mano el umbral de la ventana por donde entró. Velozmente da media vuelta y salta al exterior en el preciso instante en que la turba le echaba mano. Cayó sentado en el extremo del bulto de ropa junto a la mujer que con los ojos humedecidos continúa riendo. Se miran a los ojos y sueltan la carcajada. Al frente, en la esquina, la gente que espera paciente el autobús al oír las carcajadas de la pareja se acerca curiosa, mirándoles fijamente a los ojos.


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