La resurrección del teatro


Por: AntonioJ. Gómez A.

Antes del renacimiento pro­piamente dicho, se dieron en Europa medieval otros brotes renacentistas como el de la RENOVACION CAROLINGIA, entre el Siglo VII y VIII que tuvo como meta la renovación del imperio romano. Fue en esta época en que los copistas carolingios multiplicaron y permi­tieron leer en versión original a los clásicos latinos. Ésta renovación, que abarcó todas las ramas del arte y el saber, comen­zó con Carlo Magno y terminó a la muerte de su nieto Carlos El Calvo en el 877.

Del 970 al 1.020 se presentó, basada en la anterior, en fuen­tes paleocristianas y bizantinas, lo que se conoció con el nom­bre de RENACIMIENTO OTO­NIANO O RENOVACION DEL AÑO MIL. Posterior a este hu­bo dos renacimientos paralelos, y en cierto modo complemen­tarios, los cuales se iniciaron a fines del XI y se prolongaron en el XIII; fueron el protorenacimiento del Siglo XIII, surgido en Francia meridional, Italia y Es­paña, desarrollando el arte de la estatuaria y finalmente el protohumanismo cuyo ideal era educativo y científico, cultivando y estudiando la tradición clási­ca; se tradujeron innumerables textos griegos y se ubicó en las ciudades de Bolonia, Padua, Salerno y Toledo.

El gran período renacentista que va de mediados del siglo XIV a fines del XVI, se inicia en Génova gracias al empuje de grandes genios e investigado­res, entre quienes se destaca Petrarca, considerado como el primer historiador del arte. Es en este contexto en que resu­citan definitivamente Menandro, Terencio, Séneca, Plauto, Aristófanes y los grandes trági­cos griegos.

Por supuesto que desde el seno de la iglesia, en gran parte, se propició la resurrección de la literatura clásica y sobre todo la literatura dramática. Algunos monjes y no pocas monjas hu­manistas ocultaron a los ojos de la Inquisición lo mejor de la pro­ducción dramática griega y lati­na. A hurtadillas se extasiaban y divertían, leyendo las intrinca­das y graciosas, así como profundas tramas, urdidas por los poetas cómicos y trágicos anti­guos. Ellos mismos, incluso, in­tentaron imitarlos. De las entra­ñas de la iglesia surgieron in­signes literatos como Francoise Rabelais, quien produjo la me­jor novela de renacimiento francés. Hubo intelectuales eclesiásticos que se dedicaron al estudio del griego y por su­puesto del latín, que de por sí era oficial en el rito católico, pa­ra traducir los textos que poco a poco iban saliendo de los re­cónditos recintos monásticos.

A fuera, en los atrios, patios y plazas, seguían haciendo ca­rrera las formas teatrales here­dadas del medioevo; como los misterios, milagros, moralida­des, farsas, y una nueva moda­lidad típica de la alta Edad Me­dia: EL LAUDE, que a semejanza del ditirambo griego, sien­do una composición poética, cobró diálogo, y finalmente, es­tructura de pieza dramática para una representación. En estas representaciones, los artistas populares como los histriones, juglares y trovadores, tenían in­fluencia decisiva en las escenas de diablerías o en escenas abiertamente satíricas y paródi­cas del poder civil e incluso de los ritos católicos. Hicieron su­yos los textos clásicos recien­temente hallados y se nutrieron de ellos, y cuando la iglesia en­traba en dificultades, debido a que ya no podía contener la revolución que se gestaba como conse­cuencia de la transformación de la base económica latifundista feudal a industrial bur­guesa, entraron en este torrente revolucionario rompien­do los esquemas de contenido y forma y poniendo el teatro al servicio de los cambios que la sociedad exigía, llegando in­cluso a escenificar las piezas clásicas siguiendo al pie de la letra las indicaciones que sus autores establecieron.

Al tiempo, los humanistas pusieron sus manos sobre los textos de las representaciones religiosas imprimiéndoles algo de la gracia de la antigüedad y cualificando el estilo literario. Sin embargo, la pléyade de poetas, hizo de lado este tipo de textos que por su contenido y forma no permitían un desarrollo inde­pendiente del arte teatral. Consideraron que era menester recrear todo el teatro comenzando por la dra­maturgia y se empeñaron en esta tarea, creando lo que fue la máxima expresión del teatro renacentista italiano: la comedia erudita o co­media literaria.


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