Por: Antonio J. Gómez A.
Existe entre los adultos la opinión casi general y sí equivocada de que los títeres son para los niños y que los grandes ya no están para ver esas cosas. Quienes así opinan están en un craso error. Un prejuicio de adulto les impide disfrutar las vivencias supuestamente propias para la infancia. Quizá se ha perdido la capacidad de soñar, de fantasear, de tomar vuelo y remontarse a las alturas de la imaginación. Estas actitudes cuando se convierten en una conducta social, retardan y estancan la evolución humana pues fueron y siguen siendo los soñadores y los fantasiosos, los que han iniciado los grandes proyectos humanos. La fantasía es el punto de partida del desarrollo científico. El sueño de volar como las aves, de algunos “ilusos”, dio origen a la aviación y por este camino las fantasías de Julio Verne se están haciendo realidad con los viajes espaciales. La fantasía no sólo ha estado en los inicios del conocimiento sino también está en su fin. Alguien expresó que el verdadero conocimiento de las cosas va hasta donde el hombre es capaz de fantasear con esas cosas.
La fantasía, facultad intelectual, espiritual y mental del ser, como cualquier facultad si no se enriquece, se estimula y se ejercita no se desarrolla, no evoluciona y se queda en una etapa inferior que es la imaginación, el idealismo y la ilusión que a veces es perjudicial. Quizá esto nos pasó a los adultos actuales y dependemos tanto de lo real, sin espacio para la fantasía. Tenemos las alas recortadas. Fue una falla de nuestra formación pues no nos proporcionaron posibilidades para desarrollar la fantasía, por el contrario nos la diluyeron atiborrándonos de contenidos reales e inyectándonos formas fantasiosas nocivas y alineantes como alguna basura literaria, televisiva, etc. Es preciso modificar en nuestra calidad de padres y formadores esta actitud frente a a infancia actual permitiéndole al niño el acceso a vivencias motivadoras y estimulantes en el desarrollo de su facultad imaginativa, fantasiosa y creadora. El títere es fantasioso por naturaleza.
Un muñeco en movimiento, bien manejado, sumado a la fábula que represente y a otros personajes similares, crea una atmósfera de fantasía que embruja al niño, que lo hechiza y que lo lleva a soltar al vuelo no sólo su imaginación sino sus emociones, cualificando al tiempo su sensibilidad. Un niño que sensibilice sus emociones e impulsos será un adolescente sensible frente a cualquier manifestación artística y por supuesto un adulto igualmente sensible y profundamente humano.
El teatro de títeres posibilita el inicio de este proceso de sensibilización y socialización pues la vivencia es colectiva, es compartida, es total.