Por: Antonio J. Gómez A.
A: Nubia Pulido
La profe abrió un ojo y dejó el otro cerrado para no perder el hilo onírico. Hace casi cuatro años hacía lo mismo. Giró la cabeza y observó lo que esperaba: las manecillas del reloj formaban un perfecto ángulo de 90 grados.
Cuidadosamente, tratando de no despertar su ojo dormido se corrió hacia la orilla de la cama y tomó de la mesita el paquete de conferencias de su curso de posgrado. A las 3 y 10 a.m. sintió que el ojo dormido comenzó a saltar; eso sí no le había pasado nunca. Cesó la lectura y al tiempo cesaron los brincos globulares; trató de averiguar la razón inútilmente pues ni siquiera sentía dolor. Reinició la lectura pero a los 2 minutos volvió a sentir las convulsiones del ojo. Soltó las conferencias y se quedó quieta, el ojo también. No podía arriesgar el final de su sueño pues justamente ese era el tema de su tesis de grado: la conciencia onírica; por eso y con grandes esfuerzos había logrado acostumbrarse a despertar tan solo un ojo y medio cerebro para racionalizar el nebuloso mundo de sus proyecciones inconscientes.
Se ensimismó en sus elucubraciones cinemato-oníricas. El afán de no perder detalle y el interés provocado en ella por el argumento se reflejó en el globo de su ojo despierto el cual se fue volteando poco a poco hasta que su iris quedó frente a la pantalla de sus acontecimientos.
Y así, con un ojo cerrado y el otro completamente blanco, entró de lleno en aquella atmósfera mágico-onírica.
Se vio esplendorosa, radiante, hermosa; como ella quería ser, como en el fondo, era siempre. Vestía una reluciente túnica amarilla como tejida con los hilos del fruto maizal; lucía abundante cabellera ensortijada de auríferos hilos entretejidos con mechones de fique. Su cuerpo esbelto de tez morena, como azabache pulido, le daba un aire entre heroína griega y diosa precolombina. Así hubiera querido ser, así no era, y decidió no volverse a despertar nunca.