(sobre el ELOGIO A LA DIFICULTAD de Estanislao Zuleta)
Por: Antonio J. Gómez A.
Las doctrinas religiosas nos han injertado congénitamente la ilusión de recuperar un paraíso; las doctrinas políticas con base en esto, nos han ofrecido pequeños oasis paradisiacos de bobaliconadas. Por punta y punta, las doctrinas nos tienen embobados y han manipulado nuestras ilusiones. Por su parte, nosotros mismos nos hemos levantado reinos fantásticos en los cuales nos hemos encerrado para sentirnos emperadores de la verdad, de la moral y más de una vez con arrogancia y prepotencia.
La religión nos ha creado la ilusión de un mundo mejor, un paraíso celestial en el más allá; mientras tanto, nos conformamos con una seguridad temporal prometida por los dirigentes políticos y la promesa de soluciones definitivas de nuestros problemas en la tierra. La cultura y la educación nos han llevado a falsear la verdadera necesidad de nuestros deseos y así anhelamos sofismas que realmente no aportan nada a nuestra configuración personal. De ahí que no anhelemos construir un mundo a imagen y semejanza de nuestras capacidades si no que aceptemos la imposición de un mundo a imagen y semejanza de intereses ajenos.
Este convencimiento personal de la posesión de un mundo irreal, fantástico y de bienestar propio, lleva al individuo a defender celosamente esa pertenencia y a asumir actitudes agresivas con quien no comparta esa ilusión o con quien intente desbaratarla; por eso no acepta el racionamiento sino que ejerce la imposición; por eso no acepta el cuestionamiento sino que ejerce la estigmatización.
La generalización de esta ceguera ha originado la configuración de doctrinas partidistas que mediante la acción política y el ejercicio de la guerra ha llevado a que unos pueblos sojuzguen a otros o a que un sector de la población imponga sobre otro su parecer ideológico y pretenda, como en el presente, institucionalizar políticas guerreristas y violentas que enmascaran los verdaderos problemas sociales y humanos, so pretexto de sagrados propósitos patrióticos que buscan proporcionarnos tranquilidad, seguridad y bienestar.
La consecuencia destructiva en el comportamiento individual de quien acepta la imposición de una doctrina, la cual asume como una verdad absoluta, es que renuncia o niega la posibilidad de validez de la verdad del otro y en consecuencia, no respeta la posición, la acción y la actitud ajena. Esta no aceptación a la diferencia lleva a la ruptura del tejido social e incluso en la intimidad de su relación de pareja, en la cual el machismo, tanto del uno como del otro, es un componente más, en que se concreta la posición absolutista.
Por este camino vamos rumbo al matadero, en el cual nosotros mismos somos los verdugos, pues habremos de cortarnos la cabeza, de hacernos el hara-kiri en el cuello, en concordancia con ese subyacente sentimiento pre-suicida que como una estaca nos clavó en la psiquis el sofisma religioso.
Para no llegar al matadero, es preciso detener esta estúpida vida bobalicona, des idealizarnos, aprender a des aprender y aprender a aprender de nuevo; des embarazarnos de la telaraña atávica cultural, reconocer en el otro, no el complemento, sino la otredad del otro, diferente a mí, con el cual puedo tener una relación dialéctica. Esta relación dialéctica con las otredades de los otros, permitiría la construcción de un mundo no a gusto mío, sino a gusto de todos. Un mundo en el cual se valore el respeto a la diferencia, a la discrepancia, a la divergencia e incluso, a la indiferencia.