Escena crítica del crítico de escena


Por: Antonio J. Gómez A.

Las artes escénicas son por naturaleza las más sociales y socializantes, pues desde el punto de vista de su proyección tienen una más amplia cobertura pública ya que pueden llegar a un número mayor de consumidores. Entre las artes escénicas, el teatro de actores o con muñe­cos es más cautivante por los elementos intrínsecos en su realización tanto para el espectador como para el oficiante escénico.

Para el primero, el teatro aparte de ser una diversión, le permite confrontar sus preceptos morales o sus escrúpulos; exacerbar sus prejuicios y constituyentes psíquicos, así como refrendar o cuestionar sus actitudes ideológicas y políticas.

Para el oficiante, el hecho teatral le permite el desarrollo de su talento histriónico para lo cual debe vencer toda una serie de barreras psíquicas para acceder al público.

Quizá en un espectáculo de danza u otro de orden escénico, el individuo se mimetice en el colectivo; en el teatro, a! contrario, el grupo aboca al oficiante a individualizarse; esto garantiza que la presencia ciudadana posterior a la representación del actor no pase desapercibida y es aquí, fuera del escenario donde las tentaciones de parte y parte -espectador y actor- producto de la vanidad y afán de gloria de éste por un lado y de la acti­tud acrítica de aquel por el otro, lleven a estable­cer una relación perniciosa entre ambos y que anula el desarrollo del espectador como público ydel actor como artista.

Esta circunstancia, sumada a otras, hace necesaria la crítica concienzuda y profunda; ecuá­nime y fundamentada porque en nada aporta al desarrollo del arte escénico y social en general, el concubinato público-artista cuando esto degenera en alienación, en enajenamiento.

El público llega al teatro en busca de diver­sión, el actor llega al escenario para realizar su obra artística. La diversión no necesariamente es la risa provocada por la comedia. La obra del artista escénico no es provocar la risa en el es­pectador sino procurar el placer. Este es el punto de encuentro entre el espectador y el actor, el placer, no importa el género; Racine hablaba del placer y de la tragedia.

El crítico es un mediador entre el público y actor, entre actor y autor. El crítico es el especta­dor ideal porque es el que propende por el buen trato que al autor debe darle el actor y del correc­to mensaje que del autor debe llegarle al público. Su papel atañe fundamentalmente a asuntos de forma estética pero en ocasiones también al con­tenido, más cuando se trata de joyas de la drama­turgia universal.

Un buen crítico teatral, según Henry Gouhier, debe entrar a considerar una representación res­pecto del público, respecto del autor y respecto al teatro.

Para el crítico, es cuestión de moral ejercer su oficio; el público requiere de una orientación para encontrar un placer mayor. Textualmente Gouhier afirma: «el deber del crítico es entonces claro y no es otro que el de tener en cuenta que los dos fines del arte dramático son el placer del público y la realización de la pieza como obra de arte. Par­tiendo de esto, se discernirán fácilmente los dos riesgos; uno, el de colocarse demasiado exclusiva­mente en el punto de vista de la diversión, descui­dando el punto de vista de la obra; o bien intere­sarse demasiado exclusivamente en la obra olvi­dando que el espectador paga su entrada para divertirse».

Con respecto al papel del crítico frente a la obra, Gouhier igualmente afirma: «el gran público sabe qué lo distrae y qué lo aburre, juzga la obra desde el punto de vista de su diversión. El deber del crítico ¿no será entonces llevarlo a mirar la obra por sí misma? ¿No será, en definitiva, el deber de explicar, particularmente en caso de formas nuevas, qué hay que comprender antes de rechazar tanto como de aceptar?».

Sin embargo, el crítico teatral no está al servi­cio ni del público ni del autor, sino del teatro. En su discurso, el autor citado afirma que «el teatro es un pasado y un presente. Ese pasado y ese presente son de constitución radicalmente diversa. El pasado del teatro es precisamente lo que no ha pasado en absoluto, aquello que ha vencido al tiempo. El presente del teatro, al contrario, mues­tra aquello que está en trance de pasar, es el tiempo que lleva indistintamente lo efímero y lo duradero en un mismo devenir. Dicho con otras palabras, tenemos que tomar la obra teatral allí: donde todas las obras de arte viven, donde la mayoría mueren, donde algunas sobreviven, en el tiempo paradójico de nuestra condición, a la vez tiempo que conserva y tiempo que destruye».

En nuestro subdesarrollado medio cultural el oficio de crítico teatral no existe; en primer lugar porque el poquísimo desarrollo teatral no da para asumir esta actividad, en segundo porque la inmadurez de nuestros representadores no les permite disociar su rol social profesional de su individuali­dad y cualquier crítica a su profesionalismo la toman como persecución personal, generando con esto antipatías, animadversión y hasta actitu­des agresivas hacia el crítico.

En países con un nivel superior de desarrollo teatral como Brasil, Argentina, Chile o México y que no decir Norteamérica y Europa, el crítico es una respetabilísima institución; es tan importante como el actor, el director o el mismo autor.

Para terminar, vale la pena citar un nuevo párrafo de Henry Gohier: «Los deberes de un críti­co teatral parecen corresponder a las exigencias de un arte. Entonces ¿cómo volver a repetir «la crítica es fácil, pero el arte es difícil»? El arte de le crítica es difícil como las otras artes, lo fácil es la crítica de la crítica».


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