El teatro y los jóvenes


Por: Antonio J. Gómez A.

Hace más o menos 25 años, iniciamos e oficio teatral quien hoy estamos profesionalmente dedicados a él. Por aquel tiempo el primer obstáculo que tuvimos que salvar fue el de la casa; padre y madre se oponían a la práctica de ésta, en esa época, afición, porque según ellos era una “Vagabundería”, “una perdedera de tiempo» y una “locura”. A esto se sumaba la circunstancia social de que el teatro estaba considerado como una activi­dad propia de “marihuaneros”, “homosexua­les”, etc., etc. Claro que había de los unos y de los otros, eso es innegable, más cuando se extendió el fenómeno de los “hippies”. En los colegios de entonces existían profesores ro­mánticos y soñadores que sacándole tiempo al tiempo y aruñando recursos de aquí y allá organizaban lo que genéricamente se deno­minaban “comedias” o “sainetes” pues no se tenía una diferenciación clara de los géneros mayores y menores del teatro. Los actos fi­nales, el cumpleaños del colegio o cualquier otra fecha significativa era la coyuntura pro­picia para reunir a los estudiantes más “avis­pados” y “chistosos” e iniciar el montaje de cualquier pieza generalmente del teatro clá­sico español.

Superada esa etapa de la afición, casi al tiempo con la conclusión de la secundaria, unos entraron a los grupos ya constituidos, otros a los elencos universitarios, o cuando menos se formaban nuevas agrupaciones. Pocos ingresaron a las escuelas de teatro para dedicarse de lleno a la práctica escéni­ca. Lo cierto es que quienes poco a poco crearon la mística, la devoción, la religiosi­dad y la disciplina, hicimos escuela en las di­ferentes agrupaciones. Nos ha servido de mucho, hemos adquirido seguridad, facilidad de expresión, agilidad mental, capacidad de desarrollo temático y lo más importante para un ser humano no dentro del contexto social: trabajamos en lo que más nos gusta, tene­mos el trabajo como fin, no como medio. El trabajo con fin realiza al hombre, el trabajo como medio le aliena, le enajena, le frustra y por ahí derecho le lleva a la castración de sus posibilidades de realización.

Todo este preámbulo un poco narcisista, es para demostrar cómo el teatro es una práctica que espiritual y materialmente es útil al hombre, es para llamar la atención acerca de la importancia de la práctica teatral en la juventud, no para poblar el mundo de acto­res y actrices románticos y soñadores sino para preocuparle al estudiante una actividad en que pueda canalizar todo ese torrente de energías e inquietudes propias de esta etapa crítica en el proceso de desarrollo del ser, y ¿por qué no?, descubrir el talento histriónico de los futuros artistas de la escena.

Por otra parte es conveniente para el individuo y la colectividad el fomentar, impul­sar y patrocinar la actividad de teatro, y especialmente en los colegios que por su natu­raleza sobre el hábitat espiritual del adoles­cente. Ahora no existen maestros románti­cos y soñadores como antes, de pronto aún pueden tener inquietudes por el teatro pero intereses distintos como por ejemplo, los materiales, económicos. Como ya no puede sacarle tiempo al tiempo, esperaría sacarle dividendos materiales a la dedicación que pudiese dedicarle a la realización de activi­dades teatrales estudiantiles, anhelo lógico ante el apremio económico actual. Por lo de­más, en los colegios han llegado a ser más importantes otras materias cuya validez pa­ra el futuro de la colectividad es muy cues­tionable, las actividades de educación esté­tica por lo demás están casi siempre en ma­nos de profesores “toderos” que por diversas razones se encargan de dichas asignaturas. Todas estas cabrían dentro de una actividad de teatro menudamente planificada y con objetivos claros a cargo de un profesional del oficio teatral. “El teatro es la síntesis de las bellas artes” dice una de sus definiciones; allí tienen pues cabida no solo la actividad actoral sino también la plástica, la musical, la literaria, etc., y por supuesto los creadoras de todas éstas.

Un argumento que a veces se esgrime es el de que en los colegios no existen jóvenes con cualidades o con la chispa “acelerada” para esta actividad. Esto no pasa de ser un sofisma. Todo ser humano nace con la capacidad de remedar, de imitar, a esta facultad se le denomina MIMETISMO, y como a cual­quier otra se le puede estimular, incentivar y desarrollar. La ganancia seria inmensa; a ni­vel subjetivo como ya se anotó, es una buenísima forma de canalizar las potencialida­des de actividad del adolescente, la expe­riencia vivida en las tareas propias del teatro como la vocalización, expresión corporal, fundamentalmente, activo, dinámico y participativo. Con adultos así, empujaríamos hacia adelante el desarrollo social y democrático; razón objetiva que convalida la importancia del teatro en los colegios.

Existe la ley del teatro, y considera que se debe institucionalizar el teatro desde preescolar hasta la universidad. Qué bueno fuera que se iniciara en todos los colegios y liceos charlas sobre TEATRO Y JUVEN­TUD, que bueno fuera que estos eventos sirvieran para motivar un cambio de actitud de los centros educativos frente al teatro. Como me temo que esto último no tenga buenas perspectivas, le propongo a la casi veintena de profesionales teatreros, ya actores, ya directores o ya dramaturgos que organicemos algo así como el GRAN TEA­TRO DEL MUNDO, en donde sin nin­gún costo, sin ninguna financiación, sin de­vengar honorario, tan sólo por sentimiento teatral y patriótico, y buscando, eso sí, un espacio cómodo, un colegio por ejemplo, nuestros jóvenes puedan asistir a tomar clases de historia, de técnicas teatra­les, vocales, de expresión corporal, etc., a la hora que puedan y por el tiempo que quieran. Pienso que es un deber social que no pode­mos eludir.


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