Por: Antonio J. Gómez A.
Mamá loba, muy joven aún, entrega a su hijo un cesto lleno de frutas diciéndole:
-Ve hijo, que tu abuela loba debe estar aullando de hambre. Llévale el cesto y ojo por el camino que puedes caer en manos de los cazadores.
Lobín se calzó las botas, vistió su abrigo, tomó el cestito en las manos, salió al patio y se perdió bosque adentro.
Para su fortunio tropezó con una hermosa niña de abrigo y caperuza rojos. -¿Cómo te llamas? -le pregunta.
-Caperucita –contesta la niña, llorosa.
-¿Y por qué lloras?
-He perdido el camino de vuelta.
-¿Dónde vives? –indaga e lobito.
-En casa del rey gordiflón –responde la niña, más calmada
-He oído a abuela loba hablar de esa casa. Ven conmigo, ella te orientará.
Continuaron los dos en el camino.
-Ja, ja, ja ¡hermosa la presa! La niña al servicio, el lobo a la olla –gruñó el más bigotón de los cazadores.
Y se abrieron apurando el paso hasta quedar frente a lobín y la pequeña.
Al ver el peligro el cachorro resuelve:
-Toma el cesto, coge el sendero que va junto al arroyo a casa de la abuela, ¡yo los entretengo!
Y como un lobo grande se lanza contra la pareja. Caperucita escapa y lobín se bate como el más valiente.
Y sin ver la abuelita,
ofrenda la suya,
por salvar la vida
de caperucita.