El oficio del titiritero


Por: Rodolfo Gómez Peralta

En el arte así como en algunas actividades del hombre, existen dos ti­pos de personas que se relacionan con él.

Hay uno que le dedica una parte de su tiempo activo, sacrificando las horas de descanso de su rutina co­tidiana para cultivar el arte, como un elemento de llenura espiritual, de indagación experimental, de esmero simple sin grandes pretensiones, en fin es un aficionado al arte.

El segundo, está dedicado por tiem­po completo al cultivo y desarrollo del arte, ha asumido el arte y lo ha incorporado a su trabajo diario. Es su medio de vida. Busca, indaga y penetra cada vez más en los laberin­tos del arte. Asume con gran respe­to y responsabilidad la tarea de mostrar el trabajo como un produc­to artístico elaborado para la socie­dad y su satisfacción personal es pues, un profesional del arte, vive de él y para él. Lo ha tomado como un oficio.

En el arte de los títeres, campo que nos concierne, también se encuen­tran estas dos personas. Una que actúa y se desvela por indagar en las entrañas del títere, creando es­pectáculos para un públi­co expectan­te, siendo exi­gente en su producción siempre en busca de la belleza y por ende de la poesía y la estética, preocupado por lograr satisfacer de ansia espiritual y entre­gar lo mejor de él al público de retina exigente. La otra persona es la que cultiva el teatro de títeres como un ejercicio más, en forma coyuntural, simple, sin grandes aspiraciones.

El primero es el profesional íntegro que sabe que «el títere no es tan dócil como el sentido común fácil­mente lo puede hacer creer. Su vida obedece a un observador cuidado­so y sutil. Saberlo manejar no es sólo un capricho bien intenciona­do. Es una ciencia amparada en una rigurosa gramática del movimiento, lo que sólo pueden llegar a enten­der en su profundo significado los verdaderos dioses por vocación, es decir los poetas» (Iván Darío Álvarez. El titirite­ro y su doble «Quiropterus»).

El segundo, que conserva sus lími­tes, pues a pesar de ser «un buen actor puede ser un pésimo titiritero y viceversa, un buen cantante pue­de no hallar un buen eco en el teatrino de títeres porque su voz no tiene expresión titiritesca» (Berta Finkel «el títere y lo titiritesco en la vida del niño»).

Entre estos dos tipos de cultivado­res de títeres, navega uno, desprendiéndose del aficionado, que se disfraza del profesional y sin escrúpulos, muchas veces lo desplaza.

No le interesa el trabajo estético y la poesía, sino convertir el títere en una vulgar mercancía, en un producto de consumo más. Irrespetando la profesión de titiritero y al público que gusta del títere. Engañando con sus artimañas y mentiras a las personas que no están empapadas de este elemento cultural.

Este personaje oscuro, sin ética y sin ningún recato y respeto hacia los demás, malvende su «producto», daña los espacios conquistados por sus colegas. Utiliza una variedad de disfraces: es de titiriteros en pri­mer lugar, payaso, es recreacionista, es productor de obras para televi­sión, es actor, cuentero y una infini­dad… en fin, es un «TODERO», que utiliza un lenguaje sutil, refinado y coherente, que embruja y hechiza a su interlocutor, a quien le vende la «octava maravilla china», adquirien­do sus servicios pues ha sido con­vencido de estar al frente de un per­sonaje distinguido».

Este personajillo, que sólo le intere­sa ver colmado sus bolsillos de bi­lletes y cuyos ojos tienen un frío brillo metálico, jamás le interesan los títeres y menos al público que paga por divertirse y conocer más de este arte. Pero es siempre víctima de su propio invento, la obra que muestra es reflejo de su propia personalidad, su verdadera cara se ve, cuando su máscara cae en escena: la del rebuscador.

Creemos que todo ser humano, lle­va un artista por dentro, pero para llegar a especializarse en determina­da disciplina artística, debe antes quemar lagunas etapas, dominar las técnicas, manejar la especificidad del arte que ha escogido y sobre todo «meterle» entrañas, llenar de amor su profesión y fortalecer su voca­ción, conociendo sus limitaciones y manejando un riguroso respeto ha­cia el trabajo y conquista de sus colegas.


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