Diversión y mensaje


Por: Antonio J. Gómez A.

El presente es­crito tiene por objeto tratar de profundizar so­bre los requisitos que debe llenar un libreto pa­ra una más correcta relación niño-títere cuan­do éste se presenta como un espectáculo para el primero.

En primer lugar es preciso recordar que una manifestación artística cualquiera debe te­ner como uno de sus objetivosfundamentales procurar un gozo en elespectador, un placer estético, es decir, una diversión espiritualsana. En el teatro de títeres es necesario quea partir del propio libreto se le garantice alniño su es­parcimiento y satisfacción medianteanotacio­nes jocosas, frases ingenuas eingeniosas que junto a la acción de los muñecosproduzcan enel niño placer, evitando asu vez chistes demal gusto, monólogos y giros literariosque irían a confundir al niño.

Por otra parte vale la pena dejar por sentado que la diversión por la diversión es alineación. O sea, que diversión que no contribuya al enriquecimiento físico o mental del espectador le está enajenando y a la vez creándole taras a su verdadero desarrollo físico-mental. He aquí la base de la importancia del mensaje en el teatro de títeres. Pero de un mensaje que sea practicable en la vida cotidiana del niño.

Es un error dar lecciones que están fuera del contexto social en que el niño se mueve. Aquí es necesario poner en claro la desubicación histórica y social de ciertas obras de títeres basa­das en cuentos “clásicos” de la literatura infantil que pretenden dar lecciones moralizan­tes a través de reyes, príncipes, princesas, ple­beyas y siervos buenos junto a brujos, brujas y otros personajes malignos. Estos cuentos “clá­sicos” producto de la literatura cortesana de la época feudal tuvieron en su tiempo como objetivo fundamental dar a los niños de la aristocracia una educación enmarcada en los cánones de la moral y el comportamiento burgués pues ellos deberían reemplazar a sus mayores en el manejo de la sociedad feudal.

De ahí esa gran cantidad de cuentos en los que los personajes buenos son un dechado de virtudes y en donde se borran las fronteras de clase al calor del amor dulce y tierno del no­ble con la pura y casta plebeya. Fronteras estas que sí se hacían notar en los cuentos populares producto de las luchas de los siervos contra la opresión feudal. Otro de los elementos carac­terísticos de estos cuentos cortesanos son las hadas, duendes y genios determinantes en el curso del destino de los protagonistas. Esta es la literatura que, por razones obvias, ha llegado hasta nosotros y que como ya lo dijimos cum­plió cometidos pedagógicos específicos para aquella época.

Hoy en día aunque todavía existen algu­nas mentalidades cortesanas, feudales y la división social se mantiene; la relación de clase ha variado, si no en lo fundamental, sí en mu­chos aspectos, y por lo demás, los miembros componentes de nuestra sociedad ya no son cortesanos, siervos y plebeyos. Por lo tanto, pre­sentar este tipo de personajes sin ninguna re­lación histórica didáctica es contribuir al man­tenimiento de los ideales de una clase y de una época ya superada por los hombres y en conse­cuencia contribuir a la alienación del niño. El argumento de que estos personajes se utilizan para darle fantasía al espectáculo no deja de ser una afirmación falaz, pues si ésta no parte de la realidad, recreándola y confirmándola sino que por el contrario riñe con ella o la dis­torsiona, le está creando al niño conceptos erróneos de su mundo y perjudicándole en su de­sarrollo mental.

En consecuencia, las nuevas obras a la par que divierten al niño deben proporcionarle enseñanzas útiles para su vida práctica y específica, que pueda asimilar, para que acumule co­nocimientos y experiencias que le permitan enfrentarse luego a un mundo contradictorio y cambiante.

Entercer lugar, un aspecto igualmente fundamentales el de la participación del niño en forma directa en el espectáculo de títeres. En desarrollo de su facultad investigativa o de curiosear, el niño no acepta un papel pasivo en el espectáculo de muñecos, pues aflora en él la tendencia a meterse. Es connatural al niño la participación en el espectáculo; por lo tanto hay que tenerlo en cuenta. Pero esta participación no puede ser utilitarista por el titiritero, en lo que se pueda, debe ser determinante, activa; es decir, no debe limitarse a ratificar con un “sí” o un “no” una acción o un parlamento de los personajes. Deben proporcionársele estímulos para que determine el desarrollo argumental de la obra. Está en la habilidad del titiritero canalizar esta participación para lograr los objetivos preestablecidos.


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