De la dramaturgia en el teatro de títeres


Por: Antonio J. Gómez A.

No es precisamente un artista titiritero el más indicado para escribir libretos destinados a ser la base de un espectáculo de muñecos; pero tampoco lo es el literato de oficio. Este desconoce las leyes internas del teatro de títeres; aquel está, limitado por las limitaciones propias de la escena de los muñecos, más aún si es un titiritero de escasos recursos técnicos e infraestructurales. Sin embargo, desde el punto de vista del desarrollo del recurso artístico como tal, el aporte de un literato dramaturgo, es quizá más valioso que el del mismo realizador titiritero, porque no tiene límites en el vuelo de su imaginación. Este mismo hecho de tener proyecciones infini­tas plantea al titiritero retos cuya realización le exige el desarrollo de su ingenio y creati­vidad, la superación de sus limitaciones y le empuja a la experimentación. En fin le obli­ga a dar un salto cualitativo en su desarrollo como artista.

Sin embargo, hay aspectos, que un literaro dramaturgo desconoce y que son fundamentales en el desarrollo del espectáculo de muñecos como el ritmo, sus connotaciones sicoterapéuticas, la naturaleza artesa­nal de su realización y que le da su categoría de arte; en fin una serie de principios que sí están intrínsecas en el realizador titiritero. Por lo demás el arte de los títeres como tal exige, paralelo, el desarrollo de un público, que a diferencia del teatro con actores, está en su mayor parte compuesto por el estamento más delicado, difícil y que requiere sumo cuidado como son los niños. Un artista titiritero profesional está obligado a entenderlo, un literaro dramaturgo, no.

Un titiritero autor por su parte, está acosado además por una serie de tentacio­nes que constituyen un círculo vicioso y que limitan el desarrollo del titiritero realizador y por supuesto del oficio. El racionalis­mo, el obvicismo, el realismo que se refleja en todos los aspectos de la producción plástica y escénica; el retoricismo que llega al extremo de convertir al muñeco en narra­dor de sus propias acciones.

Otro aspecto bastante delicado es el de la participación de los niños en el transcurrir de la representación y que debe estar con templada en el libreto. No tenerla en cuenta seria como colocar al niño frente a un es­pectáculo- muro; limitarlo a un «sí» a un «no» es asumir una actitud utilitarista por parte del presentador. Por su puesto que existen espectáculos de una concepción y realización que no pueden permitir la interrupción que implica la participación del niño. Estas representaciones exigen por tanto unas circunstancias especiales de proyección, entre otras la de un público que va a «ver» y no a «meterse» como es cos­tumbre en los pequeños. Estos son espec­táculos que buscan el goce estético del espectador y que igualmente promueven el desarrollo del mismo.

Otro escollo difícil de manejar para el titiritero dramaturgo es el de las acotacio­nes. Por conocer y vivir el interior del oficio, el actor- autor piensa en términos de imáge­nes escénicas; si en el texto exige la realización de éstas tal y como mentalmente él las visualiza, está limitando las posibilidades del realizador. Esto no ocurre con el literato- dramaturgo quien plasma la imagen sin dar pautas para su realización escénica.

Se precisaría pues de un híbrido entre literato y titiritero para la producción de obras que apuntalen a la realización de los dos objetivos fundamentales de la actividad del titiritero: la universalización científicamente concebida y materializada de su arte junto a su desarrollo como artista, así como de su profesión y oficio. Esto podría lograrlo el titiritero si profundiza, en su investigación teórico-plástica, pues una suficiente fundamentación es lo que le permite abrirse paso en el difícil camino que un artista infantil ha de recorrer en procura de su realización integral.

Habidas estas consideraciones, la dramaturgia para el teatro de títeres, y más cuando este va dirigido a los niños, exige, por ser ellos un objetivo tan delicado, ciertos requisitos básicos en procura de su enriquecimiento espiritual, en su formación mental, en el desarrollo de su pensamiento, etc. y mil etc´s. más.

Sin importar si la pretensión es pedagógico-didáctica o estético-recreativa se requiere que la historia sea coherente y lógica, sin importar que uno u otro elemento fantástico o surrealista, atente contra ella. Para el caso de las intenciones pedagógico-didácticas, la fantasía nunca puede trastocar la realidad, aunque si puede cuestionarla, alterarla. Para el caso del disfrute estético, como no se trata sólo del del artista sino fundamentalmente del niño, basta sólo la credibilidad y logicidad de la historia, así esté atravesada o formalizada por lo fantástico.

Sea como fuere, el teatro de títeres sí aporta en general al desarrollo psíquico del niño.


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