Canas y arrugas ¡que sigan llegando!


(Continuación de Canas y arrugas, bienvenidas sean.)

Por: Antonio J. Gómez A.

Es indudable que el mismo viejo contribuye a marginarse, auto marginándose. Generalmente empieza por imponer sus criterios casi siempre producto de la experiencia vi­vida, oponiéndose a los nuevos conceptos que él considera «modernos” y por lo tanto falsos pues no concuerdan con los su­yos. Surgen así los con­flictos generacionales, con sus hijos y las amis­tades de éstos. Su filoso­fía se resume en un pro­verbio, nocivo para este caso, de que «todo tiempo pasado fue mejor». Nocivo en este caso, porque el tiempo no se puede dete­ner, mucho menos devol­ver. Como este precepto es el sumun de su filosofía de vida, el viejo se llena de nostalgias y por ahí dere­cho de amargura. La nos­talgia es el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue; si hubiese sido a sa­tisfacción, no se oirían las nostalgias ni las amarguras. Vivir el presente, con la cabeza puesta en el pasado debe generar indudablemente un marginamiento del en­torno. Este conflicto se resuelve desfavorable­mente para el viejo. Este se retira del escenario y comienza a minusvalorarse, a subestimarse, re­nuncia en su rol social, a la lucha. La mujer vieja maneja mejor esta situación que el hombre viejo.

«De derrota en derrota, se llega a la victoria», di­cen. Aquí no es cierto, pues se llega a la derrota final. Las derrotas llevan generalmente al viejo a re­nunciar a la lucha y a ve­ces hasta a la vida, pues en alguno, de ellos afloran angustias existenciales. Algunos se entregan al alcoholismo, que no es otra cosa que una forma de suicidio lento.

¿Qué hacer por los vie­jos?, ¿qué deben hacer los viejos por los viejos mis­mos? Algunas personas, con espíritu cristiano tratan de aportar su granito de arena para aliviar la si­tuación de marginamiento de los viejos.

stas per­sonas han constituido en­tidades de acción social para procurar vestuario, alimentación y hasta techo a algunos ancianos. Sin embargo a pesar de sus buenas intenciones, esto no basta, pues no es la caridad ni el paternalismo la solución de fondo. Estas entidades casi siempre so ahogan en la cada vez mayor iliquidez presupuestal y el proble­ma social se acrecienta. Además estas acciones apuntan solo a satisfacer las necesidades básicas de los ancianos inducidos a la mendicidad, o aban­donados como barco a la deriva.

Paradójicamente nuestra actitud ante la tercera edad, propia o ajena se empieza a formar en la primera edad, en la infancia. Aquí el adulto es ambiguo; por un lado, generalmente utiliza a sus viejos os de la casa, para que le ayuden a criar a sus hijos; esto es injusto pues se convierten en un híbrido entre abuelos y padres; cosa que, parece profano decirlo es nocivo para el niño. Esos viejos no cesan nunca de criar. Con los viejos ajenos, los otros, son agresivos: “Si no me haces caso, te regalo a ese viejito para que te lleve” dicen algunos adultos a sus hijos con tono chantajista; otros más paternalistas: “Dale ese real, al viejito pobrecito”, otros más severos: “No quiero verte hablando con viejos en la calle” y pare de contar; el divorcio total. No nos damos cuenta que nos estamos echando la soga al cuello, que nos estamos cerrando nosotros mismos la puerta del futuro en la nariz. De aquí en adelante, el adoles­cente se distancia cada vez más de los viejos aje­nos. Con los propios se mantiene, por lo regular, la actitud utilitarista.

Desde el punto de vista subjetivo, es cierto que sentir el paso de los años empieza a producir an­gustia de vejez, más cuando hemos llenado de años la vida y no de vida los años; es cierto que al­gunas funciones vitales como ver, oír y algunas veces hasta coitar son funciones cada vez más dificultosas; la ciencia ha desarrollado soluciones para mejorar la visión, la audición o revitalizadores de la naturaleza sexual; para este caso si los revi­talizadores no sirven pues se buscan formas de su­blimar la libido. En algunas importantes empresas se diseñan y ejecutan pro­gramas de prepensiona­dos, para que el retiro for­zoso de ésta no sea tan penoso y desestabilizador para el trabajador. Algu­nos de los programas de tercera edad se basan en actividades estéticas con sorprendentes y gratifi­cantes resultados.

El viejo debe luchar contra la tendencia al ais­lamiento, es en esta etapa cuando más debe sociali­zarse. El viejo sigue sien­do válido y útil hasta el úl­timo momento. El amor no es la sexualidad, ni la se­xualidad es solo la rela­ción coital; la sexualidad es un mimo, una sonrisa, una caricia, un guiño de ojo, un apunte con picardía. El amor lo es todo. La vida continúa hasta el último suspiro y hay que seguir luchando, porque este mundo es de los que lu­chan, no de los que se entregan. Finalmente, y para reafirmar la validez del viejo en la sociedad, la ciencia ha comprobado que el cerebro, como el vi­no, entre más viejo, más fino. Según los estudios realizados se ha demostrado que la capacidad analítica del cerebro au­menta con la edad.


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